martes, 15 de abril de 2008
IMAGINAR
¿Qué es imaginar?
Suponed un árbol bueno, y su fruto será bueno;
suponed un árbol malo, y su fruto será malo;
porque por el fruto se conoce el árbol.
Mateo 12,33
Puesto que el universo no está terminado, hay que decir que el mundo de mañana será, en buena parte, el resultado de aquello que imaginemos de él hoy. Tampoco el hoy existía ayer, salvo en la imaginación de algunas personas. Donde se ve que tener verdaderamente imaginación es también tener inteligencia del futuro.
Imaginar es vencer en la mente la clausura de lo que las cosas son ahora. Es relativizar el ahora, es levantarse sobre lo inmediato; es, en cierto modo, rebelarse contra los puros datos para no sumarse a ellos. Porque una vez que la imaginación está presa, nada queda libre en el hombre. No en vano la propaganda (comercial, política, religiosa) procura sobre todo llenarnos de imágenes —ante todo con imágenes de lo que debe significar para nosotros la felicidad. En este sentido, tener imágenes y tener imaginación son casi que antónimos.
Si la imaginación es esa distancia del pensamiento ante la realidad inmediata; si es esa especie de salto por encima de lo obvio, es claro entonces que la imaginación, en sí misma, puede ser refugio o fortaleza: el escape de quien se declara vencido o el comienzo de quien se anuncia vencedor. Porque el exceso de imaginación es locura o genialidad. En esto no hay términos medios.
Desde un punto de vista ético, podemos decir que imaginar es atreverse con el mundo, y quizá más: es adentrarse en el taller del Creador. Bien entendida y bien vivida, es algo así como la suprema conversación del corazón del hombre con la mente de su Dios. Y de veras: ¿qué será imaginar, sino buscar con la seriedad del amor qué anda pensando Dios? ¿Hay un intento más noble, más hermoso, más humano?
¿Qué es imaginar?
Suponed un árbol bueno, y su fruto será bueno;
suponed un árbol malo, y su fruto será malo;
porque por el fruto se conoce el árbol.
Mateo 12,33
Puesto que el universo no está terminado, hay que decir que el mundo de mañana será, en buena parte, el resultado de aquello que imaginemos de él hoy. Tampoco el hoy existía ayer, salvo en la imaginación de algunas personas. Donde se ve que tener verdaderamente imaginación es también tener inteligencia del futuro.
Imaginar es vencer en la mente la clausura de lo que las cosas son ahora. Es relativizar el ahora, es levantarse sobre lo inmediato; es, en cierto modo, rebelarse contra los puros datos para no sumarse a ellos. Porque una vez que la imaginación está presa, nada queda libre en el hombre. No en vano la propaganda (comercial, política, religiosa) procura sobre todo llenarnos de imágenes —ante todo con imágenes de lo que debe significar para nosotros la felicidad. En este sentido, tener imágenes y tener imaginación son casi que antónimos.
Si la imaginación es esa distancia del pensamiento ante la realidad inmediata; si es esa especie de salto por encima de lo obvio, es claro entonces que la imaginación, en sí misma, puede ser refugio o fortaleza: el escape de quien se declara vencido o el comienzo de quien se anuncia vencedor. Porque el exceso de imaginación es locura o genialidad. En esto no hay términos medios.
Desde un punto de vista ético, podemos decir que imaginar es atreverse con el mundo, y quizá más: es adentrarse en el taller del Creador. Bien entendida y bien vivida, es algo así como la suprema conversación del corazón del hombre con la mente de su Dios. Y de veras: ¿qué será imaginar, sino buscar con la seriedad del amor qué anda pensando Dios? ¿Hay un intento más noble, más hermoso, más humano?
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